El viernes fui a la peluquería. Mi peluquera se llama Miren. Es una chica de mi edad, espabilada y buena peluquera que heredó el negocio de su madre. Su formación pasó por lo que aprendió en una escuela de peluquería, a la que fue dos años, y a los buenos consejos de su madre hasta que le cedió las riendas del negocio.
Ese día me fui a dar unas mechas (por cierto de un tono azul-morado que son una maravilla) y en esos ratos de espera con la cabeza llena de pedacitos de papel aluminio y mientras leía un Cosmopolitan, se sentó a mi lado María, una conocida del barrio con la coincido en los sitios comunes: el súper, la pelu y esas cosas. No tenemos amistad pero la relación es correcta.
Se acercó Miren a María y le pregunto si se había decidido por lo de los implantes de silicona. Una es discreta pero al oír silicona agudicé el oído pensando que María se iba a poner unas tetas talla 95, copa D. Pero no, se refería a una “oferta de la casa” en la que la misma Miren, se ofrecía, a unos precios de escándalo por lo barato, a inyectarle un poquito de silicona líquida para disimularle una arruguitas que se están empezando a presentar en el aún joven rostro de María.
Por lo que deduje, los lunes a la mañana, que antes era su día de descanso, lo utiliza para menesteres de este tipo. Por supuesto, Miren no tiene ninguna titulación ni por supuesto ninguna autorización para hacer lo que hace, pero en el barrio tiene unas cuantas clientas que son capaces de someterse a este riesgo por ahorrarse unos duros.
De lo que opino de Miren, sobran las suposiciones. Pero ¿qué pasa con “las Marías” que aceptan esos cambalaches? Cuando se montan estos escándalos, ¿qué castigo se les impone a los que consumen estos productos a todas luces fuera de las más mínimas medidas de racionalidad?
¿Son tontas o pecan de ilusas? ¿Hasta dónde puede llegar la banalización de las cosas relacionadas con la salud?
Ayer coincidí con María en el super. Tenía la cara como un “ecce homo” y todo el mundo le preguntaba que le había pasado. Ella disimulaba contando no se qué de una alergia. No pude más, y me arrepiento, pero me salió del alma. Me acerqué a ella y le espeté a la cara:
Ese día me fui a dar unas mechas (por cierto de un tono azul-morado que son una maravilla) y en esos ratos de espera con la cabeza llena de pedacitos de papel aluminio y mientras leía un Cosmopolitan, se sentó a mi lado María, una conocida del barrio con la coincido en los sitios comunes: el súper, la pelu y esas cosas. No tenemos amistad pero la relación es correcta.
Se acercó Miren a María y le pregunto si se había decidido por lo de los implantes de silicona. Una es discreta pero al oír silicona agudicé el oído pensando que María se iba a poner unas tetas talla 95, copa D. Pero no, se refería a una “oferta de la casa” en la que la misma Miren, se ofrecía, a unos precios de escándalo por lo barato, a inyectarle un poquito de silicona líquida para disimularle una arruguitas que se están empezando a presentar en el aún joven rostro de María.
Por lo que deduje, los lunes a la mañana, que antes era su día de descanso, lo utiliza para menesteres de este tipo. Por supuesto, Miren no tiene ninguna titulación ni por supuesto ninguna autorización para hacer lo que hace, pero en el barrio tiene unas cuantas clientas que son capaces de someterse a este riesgo por ahorrarse unos duros.
De lo que opino de Miren, sobran las suposiciones. Pero ¿qué pasa con “las Marías” que aceptan esos cambalaches? Cuando se montan estos escándalos, ¿qué castigo se les impone a los que consumen estos productos a todas luces fuera de las más mínimas medidas de racionalidad?
¿Son tontas o pecan de ilusas? ¿Hasta dónde puede llegar la banalización de las cosas relacionadas con la salud?
Ayer coincidí con María en el super. Tenía la cara como un “ecce homo” y todo el mundo le preguntaba que le había pasado. Ella disimulaba contando no se qué de una alergia. No pude más, y me arrepiento, pero me salió del alma. Me acerqué a ella y le espeté a la cara:
POR GILIPOLLAS
Ya se sabe, las mujeres entre otras muchas obligaciones, tenemos la de ser jóvenes durante toda nuestra vida : jóvenes, delgadas, fashions, sexis y además intelectualmente competentes. Es cierto que muchas o somos gilipollas, o actuamos como tales, pero reconocereis que hay que tener las cosas muy claras y mucho valor para oponerse individualmente a todo un sistema de valores. De todas formas, muchas, pero muchas estamos en ello. Dadnos tiempo y vereis
ResponderEliminarAy querida amiga. Qué me vas a contar a mi que yo no sepa.En una cosa permíteme que discrepe. En la Sanidad somos mayoría, no sólo absoluta, sino abrumadora y creo que el tiempo ya ha llegado. Tal vez sea el momento de revindicar lo normal y dejarse de estereotipos que en nada nos benefician. Sinceramente creo que es la asignatura pendiente.
ResponderEliminarEn eso los hombres nos llevan ventaja. Hace tiempo que han aceptado que las pollas de las películas porno sólo salen en las películas porno y que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Y si además la eyaculación precoz es durar menos de un minuto ni te cuento.
Aprendamos a ser normales